Estamos en 1991, España baila lo que le echen siempre que sea en forma de cachitos de hierro y cromo empalmados con cinta de celo y alguien amenaza a otro alguien con cortarle los dedos. Uno a uno. Chas, chas. Adiós manos; hasta la vista falanges. Por si no ha quedado claro, el primer alguien abre el cajón del escritorio de su despacho y, sorpresa, exhibe un reluciente revólver plateado. Sólo lo enseña, no lo empuña. Aún no. De momento, sólo dedos. Aunque también es verdad que sin dedos es probable que se acaben los fajos de billetes, los beneficios millonarios y el éxito como de otra galaxia. Luego llegarían los paquetes de cocaína, los sicarios mexicanos como recién salidos de 'Better Call Saul' y el intento de secuestro, pero esto no es una historia de cárteles de la droga y luchas de poder, sino la cara oscura, oscurísima, de una de las expresiones culturales más genuinamente españolas de finales del siglo XX: el megamix. Un estilo artesanal de collage musical hecho de éxitos del momento y efectos de sonido que arrasó en radios y discotecas, cambió la historia de la música de baile, y dejó un demencial reguero de traiciones y titulares asombrosamente disparatados. Normal que, después de que Toni Peret, uno de los discjockeys pioneros en esa cadena de montaje de eurodance e italodisco, publicase el año pasado un jugoso libro autobiográfico, las televisiones se hayan tirado de cabeza al pozo con 'Megamix Brutal', serie documental coproducida por RTVE Play y 3Cat. En la parrilla digital, tres episodios narrados por, quién sino, Fernandisco 'superstar', que relatan el fenomenal auge y escandaloso trompazo de Max Mix, factoría el ritmo que sacó petróleo de esa suerte de 'sampledelia' castiza que patentó Mike Platinas mediados de los ochenta. Cortar, pegar y bailar. Más de un millón de copias vendidas de los primeros cuatro volúmenes de 'Max Mix' y un fenómeno sin precedentes que copó las listas y arrebató los números 1 a los astros pop del momento. Ahí está, un plano vale más de mil palabras, uno de los discjockeys haciendo 'scratch' con una gigantesca silueta de cartón de Julio Iglesias. Al otro lado de la pecera, moviendo los hilos y contando los billetes, Ricardo Campoy y Miguel Degá, dos jóvenes con tanta ambición como falta de escrúpulos que gobernaban Max Mix con mano de hierro. Así, entre sesiones de grabación de hasta 16 horas, discjockeys prácticamente encadenados a la mesa de mezclas y amenazas de dedos separándose dolorosamente del resto de la mano si alguien fantaseaba siquiera con dar el salto a Blanco y Negro, competencia directa y feroz, se forjó un imperio regido por las conductas mafiosas de Degá y la vista gorda de Campoy. En el menú del día, de cualquier día, sobornos, palizas y Farias del tamaño de un cohete espacial. Codazos a la competencia, intentos de echar raíces en Miami y una bestia incontrolable que, después del éxito descomunal de la serie 'Max Mix' firmada por Toni Peret y José María Castells, fue mutando en títulos como 'Rambo Mix', 'Caribe Mix', 'Jurassic Mix, 'Currupipi Mix' y 'Bombazo Mix'. Sí, el del trasunto de Aznar en la portada. El mismo año del atentado. Sutilezas, las justas. Extorsión y sobornoEn aquellos tiempos, entre 1993 y 1997, Max Music facturó miles de millones de pesetas. «Gracias a esto me pude comprar un Alfa Romeo», dice Peret en un momento del documental. Castellà, por su parte, se hizo con Fiat Uno y le quemó el turbo en un año. Poca cosa, en cualquier cosa, al lado del palacete de la zona alta de Barcelona al que trasladaron las oficinas de la discográfica o del cheque casi en blanco que firmaron Campoy y Degá para arrebatarle a Blanco y Negro a Quique Tejada, su discjockey estrella. ¿El precio (real) a pagar? Lo que hiciese falta. «Casi todo vale para conseguir el éxito», sentencia Campoy mirando a cámara. Y en ese todo entraba desde comprarle un chalet a un alto cargo de una emisora de radio que 'recompensaba' a la discográfica con los números más altos de las listas, sobornar a un agente de aduanas para que bloquease todos los discos de Blanco y Negro, mandar al hospital a un vecino porque su coche no dejaba suficiente espacio al Ferrari Testarossa de Degá, o darle la paliza de su vida a un contable que supuestamente había metido la mano en la caja. Degá, lo han adivinado, es el que amenazaba cortar dedos en el primer párrafo. Ricardo Campoy, uno de los fundadores de Max Mix, en una recreación del documenal ABCCon estos mimbres y una mezcla de material de archivo, recreaciones y conexiones nada casuales con la ruta del Bacalao, 'Crónicas Marcianas' y 'Operación Triunfo' levantan Rafa de los Arcos (dirección) y Asier Ávila (guion) una docuserie en la que, no se vayan todavía, la bizarría no hace más que superarse. «Se volvió loco», resume mirando a cámara Campoy, para qué andarse por las ramas, a la hora de explicar lo que le pasó a su socio y ¿amigo? Miguel Degá. Porque, en efecto, cuando Ricardo Campoy decidió dejar Max Mix para crear Vale Music, Degá enloqueció. Y a lo grande. Le acusó de robarle 75 millones de pesetas, empezó a enviarle a la nueva oficina paquetes repleto de cocaína para que la policía lo pillase con las manos en la masa y, en el giro más loco de esta loca historia, contrató a unos sicarios mexicanos para que lo liquidasen. Los Mochaorejas, se llamaban. Y muy finos no estuvieron, porque se equivocaron de objetivo y secuestraron no a Campoy, sino a José María Castells, discjockey de la casa que tenía el mismo modelo de coche que Campoy. «Te vamos a cortar los huevos y te los vamos a meter en la boca», le decían. «Vamos a matar a tu mujer y a tus hijos, Campoy», gritaban. Sólo que, claro, no era Campoy. Al pobre Castells le cayó una tunda de cuidado, pero vivió para contarlo: a uno de los sicarios se le ocurrió mirar el DNI del tipo que acababan de secuestrar y el DJ aprovechó la confusión para escapar. Algo parecido hizo el propio Degá, condenado en 2001 a tres años de cárcel por contratar a Los Mochaorejas y en paradero desconocido desde 2005, cuando se fugó de Quatre Camins aprovechando un permiso penitenciario. Max Mix, claro, pasó a mejor vida. Y Vale Music, futuro hogar de los 'triunfitos' no hizo más que crecer hasta que en 2006 fue adquirida por Universal. Noticia Relacionada 'Yo soy Celine Dion' estandar No La odisea de una voz quebrada por el dolor Nacho Serrano Amazon Prime estrena el 25 de junio un documental que relata la lucha de la artista canadiense contra el Síndrome de Persona RígidaDe Degà, algo así como el Voldemort de 'Megamix brutal' (cuesta lo suyo que alguien pronuncie su nombre y no se refiera a él como 'socio' o 'jefe) nunca más se supo, aunque su apellido volvió a ser noticia en 2014 por un trágico suceso: el asesinato de su hijo de 25 años durante una reyerta a la salida de una discoteca de Barcelona.