Siempre fueron fareras. Vivían en un faro , trabajaban allí, su vida transcurría bajo una luz en movimiento, frente al mar. Pero nadie las llamaba así. Como mucho, eran las mujeres o las hijas de los fareros. Y después de siglos a la sombra de ellos, cuando por fin consiguieron feminizar el oficio, la profesión murió. En 2030 no quedará ninguna persona, ni hombres ni mujeres, en los faros de España. Ésta es la historia de una lucha de 26 mujeres por conseguir un reconocimiento con fecha de caducidad.«Pensé que un faro era el mejor lugar del mundo para vivir», cuenta María Amelia González Gerpe, una farera jubilada que en la década de los ochenta vivió literalmente bajo las luces del Faro Peñas (Asturias). En una fotografía antigua señala la ventana de la que fuera su casa, donde habitó con su marido Roque y su hijo Óscar desde 1986 hasta 1992, cuando se publicó el decreto de extinción de la profesión. María renunció por miedo a que la separasen de su marido, también farero, y acabó trabajando en el Centro de Meteorología de Gijón. Ahora vive retirada en Candás, un pueblo de pescadores asturiano, pegada al mar.AutomatizaciónEl final de la presencia humana en los faros es lento y agónico. Ya sólo quedan 22 faros habitados en España. Y sólo Estaca de Bares, Machichaco, San Cibrao y San Cristóbal de La Gomera están atendidos por fareras.«La vida humana en el faro se ha perdido porque todo está muy automatizado. No necesitas de nadie para que te encienda o apague porque desde los puertos lo controlan todo. También por la política que hay: ya no dejan vivir a nadie en el faro. Quedan pocos de mi generación. Así como se van jubilando, se deja de habitar», lamenta María. Mucha tecnificación, pero sin «el compromiso» de otros tiempos.A mediados de los años 80, recién licenciada en Biología, su amigo Ricardo la animó a presentarse a las oposiciones. Lo hizo «un poco inconsciente» porque «ni siquiera era de familia marinera», relata como si con aquella travesura le hubiera tocado la lotería. Y vaya que le tocó. Aprobó en 1985 y lo siguiente fueron «los mejores años» de su vida.«Lo más importante de este trabajo es que el faro encienda un poquito antes del atardecer», instruye con cierta melancolía recordando la emoción que sentía cuando subía al faro. «A veces no era fácil detectar la niebla porque se ponía por debajo del acantilado y no se apreciaba si no te fijabas bien». Si había niebla, accionaba el interruptor y sonaba el típico «buuuuuuuuu».«Esos días dormíamos menos», apunta su marido Roque, también farero del Cabo Peñas, porque estaban pendientes de la sirena. Dormían con un ojo abierto y gracias a un «sexto sentido» les despertaba cuando «había silencio».María conoció a Roque en las prácticas en Madrid tras aprobar las oposiciones en 1985. Luego la destinaron a las cadenas Decca de San Juan del Río y Boal. A finales de 1986, llegó con su familia al Faro del Cabo Peñas (Asturias), donde desempeñó el puesto de encargada hasta que en 1992 el decreto ordenó la extinción del cuerpo.La historia de María y la del resto de fareras siempre estuvo a oscuras. Ni ella sabía que formaba parte de un pequeño grupo de mujeres que velaron por mantener vivo un oficio y el lenguaje luminoso que desde cada faro orienta a los navegantes con su propia señal.El cuerpo de técnicos de señales marítimas existe en España desde 1851; sin embargo, las mujeres no pudieron acceder a una plaza de fareras en igualdad de condiciones hasta la primera oposición en 1969. Al examen sólo acudieron dos mujeres y la mallorquina Margalida Frontera se convirtió en la primera farera española, que fue destinada primero en la cadena Decca de San Juan del Río, en Ourense, hasta conseguir trasladarse al faro de Cap de Creus en Girona.A Margalida Frontera le siguieron las demás: María Amable Traba 1973, M. Cristina Fernández Pasantes 1973, Dolores Carmen Papis Ibáñez 1973, Elvira Pujol Font 1979, Isabel Nagore Jaun Saras 1980, M. Teresa De Los Santos González 1980, M. Eloísa Iglesias Marques 1982, Carmen Rosa Carracedo Álvarez 1984, María Amelia González Gerpe 1985, Elena Aramendia Ariño 1985, María el Mar Eiriz Eirín 1985, María Francisca Fuente Fuente 1987, Cruz Casas Peñaranda 1987, Marta Barrenechea Borrás 1987, Mercedes Aranceta Martija 1987, María del Mar Vidal Carreras 1987, María Elvira Del Río González 1987, Clara de la Gándara Riesgo 1987, Mercedes Berrendero Álvarez 1987, Isabel Rodríguez Baz 1988, Isabel Rodríguez Galindo 1989, Carmen García-Doncel García 1989, Margarita Peralta Vaquero 1989, Carmen Villalón Panzano 1990 y Cristina García Capelo Villalba 1991.ExposiciónSus nombres lucen en una exposición frente al mar en el Puerto de Sóller. «La luz que nos guía», una muestra organizada por el Consell de Mallorca, saca a la luz las historias de esas 26 fareras y de todas las mujeres que vivieron en los faros, como hijas o consortes «y cuya labor incluso se precisaba», explica la cineasta Cristina Rodríguez Paz, comisaria de la exposición sobre la importancia de que los fareros tuvieran familia, ya que se consideraba que «ayudaba a arraigar en el faro aunque no se les remuneraba». «Era una labor invisibilizada».Antes de las 26 fareras oficiales sólo constan en los archivos cuatro casos puntuales de actividad femenina en las labores de señales marítimas. Cuatro sustituciones a causa de un accidente o de enfermedad del farero titulares por parte de sus esposas o hijas.María está jubilada pero aún puede enumerar sin esfuerzo cada paso de su trabajo diario de operación y mantenimiento de los faros. «Cada 24 horas había que darle cuerda a la maquinaria de rotación, que era como un reloj a lo bestia que servía para que girara la óptica», explica delante de una polea. «Mediante unos engranajes alcanzaba una velocidad y se conectaba a la óptica y giraba todo».¿Por qué es importante que gire? «Es importantísimo para darle la característica», susurra como si confesara un secreto. Cada faro tiene su característica. Y cada óptica está conforme a la característica del faro.«Tres destellos cada quince segundos». Es la característica del faro Peñas que todavía lleva guardado como un latido. «El ritmo de la luz del faro se llama característica y ésta se compone de un baile de segundos de luz entre otros de oscuridad». El baile que orienta a los marineros.«En el faro Peñas vivíamos tres fareros y nos íbamos turnando. Antes había un farero para un faro, lo que obligaba a estar pendiente las 24 horas del día. Eso sí que era una esclavitud», añade Roque sobre esos «tiempos heroicos» de antaño cuando había que estar despierto toda la noche. «Ahora son eléctricos y ya no hay que estar pendiente de la llama». Ahora, cada vez que un farero se jubila, el faro queda vacío. Esta es la primera generación que no tendrá un legado. La primera generación… y la última.