Las esperanzas de los que confiaban en la inhabilitación de Pedro Rocha como punto de inflexión para la regeneración de la Federación Española de Fútbol (RFEF), 15 meses después de la desaparición de Luis Rubiales, comprobaron este jueves la destreza táctica de sus dirigentes regionales. En otro súbito enroque que llevaba días cociéndose a fuego lento (por respeto a Rocha, que ayer fue desplazado para siempre de la carrera electoral por la Audiencia Nacional), los presidentes territoriales ungieron en secreto a Rafael Louzán, la cabeza del fútbol gallego, como sucesor de Rocha para los próximos cuatro años. Y refrendaron de paso las polémicas palabras pronunciadas por Joan Soteras, el presidente del fútbol catalán, a comienzos de año: «Una vez más, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol será el que los presidentes de las territoriales quieran que sea, siempre y cuando las territoriales vayamos más o menos a una».La fracasada rehabilitación de Rocha había fragmentado la proverbial unidad del berenjenal federativo peninsular, que podía dividirse en dos o tres candidaturas y permitir, por primera vez en la historia, la irrupción de algún candidato externo que (en palabras de uno de los propios 'barones') «busque algo más que seguir con sus negocios y sus conspiraciones». Falsa alarma. Finalmente confirmaron sus aspiraciones dos de los líderes autonómicos: Louzán y el presidente valenciano, Salvador Gomar. Louzán, hombre respetado y con dilatada trayectoria política, trasladará así a la institución el lastre con el que carga desde hace años: una condena de inhabilitación para ocupar cargos públicos durante siete años por prevaricar cuando era presidente de la Diputación de Pontevedra y del Partido Popular en la provincia (votó a favor de conceder a una empresa una subvención de 86.311 euros para unas obras de mejora del campo de fútbol de Moraña que en su mayor parte ya estaban ejecutadas). La sentencia, como él mismo repite a diario, no es firme todavía: está siendo revisada por el Tribunal Supremo.Aficionados, jugadores y quizá algún político se preguntarán si esta rápida solución fraguada en comidas privadas, a la vieja usanza federativa, es la mejor para un país que aspira a organizar el Mundial 2030 bajo la vigilancia de la FIFA: si Louzán viera su condena confirmada en los próximos meses por el Tribunal Supremo, estaría obligado a dimitir y arrastraría de nuevo al lodazal al fútbol nacional delante de todo el planeta.La endogamia prevalente en Las Rozas, sin embargo, antepone la experiencia de Louzán al entendimiento futbolístico de Gomar, la pericia empresarial del 'outsider' Juanma Morales o, sobre todo, el afán modernizador de Gerardo González, exsecretario general de la institución, cuyo programa presentado hace 20 años para descabezar a Ángel María Villar sigue siendo mayormente válido. Ni siquiera González, con su profundo conocimiento del balompié español y su extensísima red de contactos, parece capaz de reunir las fuerzas necesarias para, al menos, intentarlo. Las Rozas ha elegido el enroque corto: la torre más cercana al rey decapitado (Rocha), que era Louzán (y al que LaLiga ve con buenos ojos). Pero también es corto por sus miras: si el dirigente gallego no es exonerado por el Supremo, la próxima crisis será antes de lo conveniente. Y mientras tanto, el fútbol español seguirá teniendo un presidente inhabilitado para cargo público.