Jesús Navas ha desafiado las leyes del tiempo con su rendimiento y ha demostrado que hay líderes que no precisan de carisma para ganarse el respeto de propios y ajenos. Roza lo enternecedor que al palaciego le sorprenda que Bellingham le pida su camiseta, como si fuera más consciente de la relevancia del británico que de la propia. Navas es el símbolo de la cantera del Sevilla, la única pena es que no haya sido un one club man (hombre de un sólo club para los no bilingües). Su discreción le ha permitido eludir temas escabrosos en momentos difíciles tanto personales como institucionales. De ahí, que sorprenda el modus operandi que llevó a cabo cuando transmitió su intención de marcharse del Sevilla. Las lágrimas que le brotaron ante el Cádiz en el Sánchez-Pizjuán y el precipitado anuncio llevó a pensar que, detrás de esa decisión, había algo más e incluso que su salida estaba orquestada junto a Ramos para firmar juntos por algún club más exótico. Tampoco encajó la carta pública que emitió arremetiendo contra los dirigentes del Sevilla, aunque el sevillismo siempre se alinearía de su lado, más aún en los tiempos que corren y la poca popularidad del actual consejo de administración. Una crisis que se atajó con cuatro buenas palabras y un contrato vitalicio, aunque no dejó de sorprender la decisión del palaciego de retirarse a mitad de temporada. Ahora, trasciende que un mes y medio después de aquel circo, Navas aún no ha firmado el borrador de lo acordado con el Sevilla. Guarda silencio desde su retiro en Alemania, con la excusa de estar concentrado en la Eurocopa. Esperemos que sea eso y no un cambio de opinión de última hora. Corren tiempos raros en el Sevilla, tan raros, que hasta de las leyendas se duda.