Nos encontramos en 1938. El mundo está al borde de la Segunda Guerra Mundial, las radios no dejan de dar noticias preocupantes y mientras todos discuten sobre geopolítica, Chester Carlson (1906-1968) libra su propia batalla: la guerra contra la copia manual.En aquellos momentos cualquier oficinista podía confirmar que copiar documentos era tan divertido como ver crecer el pasto: tedioso, aburrido y con el riesgo de desarrollar una curvatura espinal permanente.Chester Carlson era un joven abogado poco glamuroso y con muchos problemas económicos, cuya mayor ambición consistía en encontrar una manera de copiar documentos sin tener que transcribirlos a mano. Y es que en el primer cuarto del siglo XX copiar significaba sentarse con una pluma, tinta y una paciencia digna de un monje budista.Noticia Relacionada Ciencia por serendipia estandar Si El olvido que salvó millones de vidas Pedro Gargantilla De un moho olvidado a un milagro médico, la suerte detrás de la penicilinaTodo comenzó en una cocinaCarlson se encontraba desesperado por encontrar una solución que le permitiera ganar algo de dinero extra con el que poder pagar sus facturas. Como muchos genios incomprendidos de la Historia, comenzó sus experimentos en el lugar más improbable: su cocina.Fue allí, en la cocina, donde nació la fotocopiadora moderna, no lo hizo en un laboratorio multimillonario de una gran multinacional, sino en un espacio más cercano, un sitio en donde su madre preparaba hamburguesas y salchichas. El método experimental de nuestro protagonista era tan rudimentario que cualquier científico actual lo consideraría casi una burla.El proceso que desarrolló, al que bautizó como «xerografía» (del griego xeros, que significa seco, y graphein, escribir), parecía sacado de un libro de magia más que de un tratado científico. Consistía en crear una superficie con carga electrostática, esparcir polvo de tinta negativamente cargado y luego transferir esa imagen a un papel mediante calor. Suena complicado, ¿verdad? Pues todavía era más complicado de ejecutar.Sus primeros intentos fueron hilarantes. Carlson cubierto de polvo de carbono, con una expresión que combinaba frustración y determinación, elaboró las primeras «copias» que se parecían más a manchas que a documentos legibles.Polvo de carbono y pacienciaLo más fascinante de esta historia es que Carlson no buscaba revolucionar las oficinas del mundo, simplemente quería una solución práctica para un problema cotidiano. Su motivación era tan mundana como pagar las facturas y evitar la copia manual. Nunca imaginó que décadas después, su invento sería tan fundamental que las oficinas detendrían su actividad si no tuvieran fotocopiadoras.Su primera copia «exitosa» ocurrió el 22 de octubre de 1938. La imagen decía simplemente «10-22-38 ASTORIA». Por fin había logrado transferir texto de una superficie a otra sin usar tinta líquida, sin transcripción manual y, lo más importante, sin sudor ni lágrimas.El proceso era tan poco intuitivo que parecía magia negra: utilizaba una placa de zinc cubierta con selenio, una sustancia que cambia sus propiedades eléctricas cuando recibe luz, y luego esparcía polvo de tinta que solo se adhería a las áreas con carga electrostática.Xerografía: la invención que nadie esperabaDurante años, Carlson siguió perfeccionando su método mientras trabajaba como ingeniero de patentes. La parodia no podía ser más deliciosa: un tipo cuya invención cambiaría las comunicaciones oficiales para siempre trabajaba, precisamente, en una de las oficinas que más documentos copiaba.No fue hasta 1959 cuando Xerox, siguiendo el prototipo de Carlson, lanzó la primera fotocopiadora comercial: la Xerox 914. Imaginen la cara del abogado cuando vio que su invento de cocina se había convertido en un dispositivo del tamaño de un refrigerador y que podía hacer copias en tan solo segundos.La fotocopiadora no solo cambió las oficinas, transformó la manera en que compartimos información, de repente duplicar documentos era tan fácil como presionar un botón. Los archivistas, los secretarios, los abogados, todos celebraron el invento.Chester Carlson murió en 1968, justo cuando su invento comenzaba a popularizarse masivamente. Desgraciadamente no vivió lo suficiente para ver cómo su «juguete de cocina» revolucionaría las comunicaciones globales.MÁS INFORMACIÓN noticia Si Lucy era mala corredora noticia No La NASA aplaza al menos hasta marzo el regreso de los astronautas atrapados en la Estación Espacial InternacionalLa moraleja de esta historia es simple: la innovación no siempre viene de laboratorios pudientes o de genios reconocidos. A veces viene de una cocina, de una mente obstinada y de la voluntad de resolver un problema cotidiano. Gracias a un tipo cubierto de polvo de carbono, con más determinación que recursos, hoy podemos hacer copias de cualquier documento en cuestión de segundos.