Treinta años de los 'Tres Colores: Azul, Blanco, Rojo': Vigor emocional y vigencia de la obra maestra de Kieslowski

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El director polaco Krzysztof Kieslowski rubricó su brillante filmografía con tres obras mayores poco antes de morir, las filmó entre 1993 y 1994, y él falleció en marzo de 1996. Una trilogía que se conoce como 'Tres colores: Azul, Blanco y Rojo' , y el hecho de que esos colores se identifiquen con la bandera de Francia siempre le ha otorgado una simbología y una conexión difusa con el lema de la República francesa, 'Liberté, Egalité, Fraternité'. Con motivo de la treintena de años de su estreno, vuelve esta trilogía a las pantallas en copias remasterizadas y listas para poner ante el espectador esta monumental obra sobre el fin de siglo, la construcción de Europa y la complejidad moral y emocional del ser humano.'Azul', 'Blanco' y 'Rojo' son tres historias completamente independientes entre ellas y que, sin embargo, están atravesadas por diversos enganches que en cierto modo las encadenan; no sólo en el sentido argumental, sino en el espiritual, en su respiración cinematográfica y en una poética coreografía de azares, de esquinas comunes y de pliegues del destino que forman una única sinfonía elegante en el teclado de los sentimientos: la capacidad (más aún, la maestría) de Kieslowski para capturar el interior de sus personajes en el exterior, en detalles, destellos, sonidos, músicas, imágenes, colores…Noticia Relacionada reportaje Si Rodrigo Cortés: «Eso que llamamos obras inmortales son inacabables tonterías» Bruno Pardo PortoSe podría dibujar un mapa preciso con las emociones que produce el cine de Kieslowski mientras digieres, te preguntas, qué misterio hay en planos como el de una anciana que deja, con enormes dificultades, una botella en un contáiner, o en un dedo que recorre las notas de una partitura mientras suena una sinfonía; o en el insistente rumor y aleteo de palomas; o en el rayo de sol que busca el rostro de Julie (Juliette Binoche); o en la moneda de dos francos pegada a la mano de Karol (Zibigniew Zamachowski, en 'Blanco')…, o en ese continuo cruce sin rozarse, sin verse, entre Irène Jacob y Jean-Pierre Lorit en 'Rojo'. Emociones, capturas de sensibilidad, siempre en contacto con la música de Zbigniew Preisner, la almohada y hamaca de todo su cine, o de Van Budenmayer, el compositor del siglo XVIII inventado y musicado por Preisner y Kieslowski.Las tres décadas que separan el estreno de estas obras con la actualidad permiten nuevas lecturas de la trilogía, hasta el punto de que pueden alterar por completo su significado; por ejemplo, en 'Rojo', la pieza final, el cierre, era evidente que su epílogo, un naufragio que reúne a todos los personajes protagonistas ya como liberados de sus 'fracasos', puede verse hoy no como un epílogo sino como un preámbulo, una premonición: esa sensación de naufragio puede ser actualmente una imagen, un pálpito, del camino que le quedaba por recorrer a aquella nueva Europa hasta llegar aquí (con Francia, precisamente, ondeando su bandera). Y en tal caso, 'Rojo' sería el arranque de unas historias que se contarían después en 'Azul' y 'Blanco'.También hay otra lectura muy evidente, y no política o social, sino meramente cinematográfica: el camino que ha recorrido en lenguaje, en profundidad, en poética y en reflexión el cine en estas tres décadas. Tenemos a aquel Kieslowski y sus tres películas (podría incluirse su filmografía anterior, absolutamente genial, reveladora, elocuente, desde 'No matarás' o 'No amarás', hasta el resto del 'Decálogo' o 'La doble vida de Verónica'), tan calculadas e intensas en su recorrido detectivesco por el alma humana y tan precisas en su balanceo moral y emocional. Y podría ahora solaparse su trilogía a la un cineasta actual, también intenso y 'brillante', como Yorgos Lanthimos, que acaba de presentar otra trilogía, aunque en una sola película: tres historias sí y no relacionadas, 'Kind of Kindness'.Lo odioso de esta comparación es que, lo de Lanthimos, aun reconociéndole talento, creatividad y afán de búsqueda, a donde llega es al arrabal del ser humano, a sus zonas de estercolero, incomodidad y repulsión, mientras que Kieslowski tiene otra mirada, otro objetivo, otro teleobjetivo y llega y muestra un paisaje en el que lo humano es reconocible, sensible, sin artificios, y en el que sentimientos como la pérdida, la libertad, el amor, el dolor o el apego y la solidaridad adquieren la fragancia de una melodía en una composición musical. No es más que una impresión, pero se podría decir que los treinta años que separan a aquel Kieslowski de este Lanthimos son los que separan también a una sociedad 'llena' de una sociedad 'vacía', o peor, llena de vacío.Noticia Relacionada estandar Si Crítica de 'Kind of kindness' (***): Otras pobres criaturas de Yorgos Lanthimos Oti Rodríguez Marchante Todo es puro Lanthimos, con esa concepción de la 'bondad' con la que juega el título tan en contacto con la 'maldad''Azul', la historia de una mujer que lo pierde todo, su marido y su hija en un accidente de coche, su ilusión por la vida, por la música, por el futuro…, y que, sin embargo, la maravillosa sinfonía suena. 'Blanco', una historia de desamor, impotencia y extravagancia, negra de humor y del poder del dinero…, y que, sin embargo, la esperanzadora sinfonía suena. 'Rojo', una historia de mujer entre la pasarela y el equilibrio, o de un juez vacío que se llena, o de su vida en paralelo con un joven abogado infeliz…, y que, sin embargo, la música del azar suena. Una obra perfecta, elegante, precisa en sus paseos por lo mejor del ser humano; una obra inagotable, que nos habla de entonces, de ahora y seguramente de luego.
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