Saco de mierda>

2 meses atrás 86
La nueva normalidad (¡qué tiempos!) ha resultado ser un estado de excepción permanente en el que lo que no está prohibido está permitido: es una autodeterminación de todo, un gobierno del apetito. Lo explicó Óscar Puente en la Ser con la seguridad propia de un poeta surrealista. «¿Es normal que un ministro llame a alguien por redes saco de mierda aun en el hipotético caso de que el aludido sea un saco de mierda?», le preguntó Héctor de Miguel, fuera de bromas. «La respuesta es fácil: no, no es normal, pero es que yo tampoco soy muy normal», dijo el ministro, satisfecho de su propio hallazgo. Y luego añadió: «No vivimos en un contexto normal. Y yo creo que el contexto es todo».Noticia Relacionada Televidente opinion Si Lo que no vemos Bruno Pardo Porto «Ha de haber un limbo, tal vez un cielo, en el que las series que empezamos y nunca terminamos se emiten en sesión continua»Puente hablaba, claro, de la plus-ultra-derecha, o mejor, del «triunvirato este de Quílez-Negre-Alvise», ante los que se siente indefenso, y por tanto con derecho al exabrupto. «Estamos llegando a un punto en que al político o al ministro se le pide que se desprovea (sic) de su condición de ser humano, de sus sentimientos, de sus emociones, y funcione como un robot. Y yo no funciono así», continuó, quizá defendiendo su trabajo ante el avance de la tecnología: esto nunca lo podrá hacer la inteligencia artificial.Puente es la evolución natural de aquel animal televisivo ya en peligro de extinción que hoy sobrevive como animal de redes, donde rinde obediencia a un algoritmo que pide y crea la necesidad de la bronca. El medio no es el mensaje, pero sí el tono. Y a veces el tono lo es todo. El pueblo marubo, que ha vivido durante cientos de años aislado en el corazón de la selva amazónica, tomando ayahuasca para conectarse con los espíritus de la selva y bebiendo sopa de mono araña, recibió en septiembre del año pasado el milagro del internet de alta velocidad gracias a Starlink, el servicio satelital de Elon Musk. Nueve meses después, dos periodistas de 'The New York Times' fueron a ver cómo les iba: los marubo ya habían descubierto la pornografía, sus adolescentes estaban enganchados al móvil y no querían cazar, los grupos de Whatsapp se habían llenado de chismes y los líderes habían establecido un racionamiento de las pantallitas. Lo bueno, dicen, es que ya pueden llamar a emergencias cuando les muerda una serpiente venenosa: eso salva vidas. A cambio solo tendrán que asalvajarse como buenos hombres blancos.
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